lunes, 15 de febrero de 2010

Reflexión sobre el Miércoles de Ceniza

“Porque eres polvo, y al polvo volverás” (gén. 3,19) fue la sentencia de Dios ante la caida de Adán y Eva. La muerte es el paradigma de la precariedad de la humanidad, con su incomprensión e impotencia ante la finitud de la existencia. La sociedad de nuestros días no es diferente, respecto a este tema, de las épocas anteriores. Es más, ahora la muerte es un tema tabú, lo cual ha implicado que, frente a ella, muchos no solamente no sepan como reaccionar, sino que llena sus vidas de vacío y desolación.

No obstante, el cristianismo no ve la muerte como el fin de todo, sino como un paso. Dios nunca quiso la muerte, sino que fuimos nosotros, con nuestra rebeldía ante Él, los que introducimos el dolor y la muerte en la vida. Pero Dios, en su infinita misericordia, nos entregó a su Hijo: Cristo venció la muerte, y volvió a traer la plenitud de la vida a la tierra, cuyo máximo ejemplo es la Santísima Virgen María, que con su dormición y posterior asunción nos precede en ese camino. Con Cristo sabemos que la muerte es sólo un paso hacia Dios. Y no solo tenemos el consuelo de que nuestra alma podrá estar con Él después de nuestro deceso, sino que además sabemos que nuestro cuerpo resucitará en el último día, en donde “la muerte y el lugar de los muertos sean arrojados” (Ap. 20,13) de la existencia humana.

San Francisco así lo entendió: estando frente a su propia muerte, lejos de angustiarse o entristecerse, no dejaba de agradecer a Dios, lleno de alegría, el don de salir de este mundo para estar con Él. Es lo que recordamos cuando celebramos el Tránsito de San Francisco.

En definitiva, frente a las angustias de la vida –entre las que se cuenta la muerte-, nunca debemos olvidar las promesas de Dios: “No temas, puesto estoy contigo, no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios, y yo te doy fuerzas, yo soy tu auxilio” (Isaías 41,10)

Paz y bien.

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